Tu percepción no se equivocó; los demás fueron los equivocados.
Todo nace y vuela hasta el infinito en el mismo instante, hasta que le damos tiempo y nos separamos del instante para verlo volar. Simplemente mala educación, que nos enseñó a desprendernos de ese instante como sombra que nunca recuperará su cuerpo.
Es allí donde lo importante de la vida pasa, donde un segundo es un siglo, donde tus labios y los míos son los únicos. No son nueve meses, ni cualquier otro día es más importante que todo lo que percibimos por primera vez. Todo lo bueno está listo para que pase en ese momento.
Cuando nos miramos, todo pasó, lo demas son ramas que se esconderán entre las nubes.
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Desde entonces miras al cielo, no a mis ojos, y te vistes detrás de esas nubes para no descubrirte. Te lo imaginas todo, lo bueno y lo malo, conmigo incluido, y si vale la pena volver a mis ojos. Solo que todo es ficción. Ya no estoy, y nunca ese primer instante volverá. No soy ni el mejor de mí, en todo caso adaptado a ser lo peor de mí, porque así me he dejado vencer para poder lidiar entre todos, sobre todo para poder volver a mirarte y entender el momento que nos percibimos como el mejor de todos los tiempos.
¿Por qué dejamos que nos pasaran tantas personas manoseando, como manos como cuchillos, la alfombra roja que tejieron nuestras miradas?
El cliché del cliché es dejar pasar este momento. La mesa está siempre servida, sin cubiertos, ni mesa para ese primer momento; solo un manjar en tu boca y la mía, o hambre para todo la vida.
